Lee el capítulo adicional

 

Londres 1966

Emily procedía de una familia muy humilde. Su madre era española y su padre inglés. Creció con unos valores muy claros, amor, respeto, gratitud, humildad, entre otros. Ana, la madre de Emily, le habló de una familia muy pudiente al sur de Londres, que buscaban una profesora de español. Emily de inmediato vio la oportunidad de mandar a su hija, ya que esta era bilingüe y encajaría a la perfección. Era la única de los dos hermanos que podría ayudar a la familia.

A pesar de estar cerca de su familia, Emily solo tenía 16 años cuando se despidió de ellos. No quería llorar, pero al abrazar a su madre sintió como ese hilo que la protegía ahora se cortaba.

Era sábado cuando Emily, nerviosa por el comienzo de su nueva vida, no era capaz de llamar a la puerta de los Smith. Lo intentaba, sin embargo, le faltaba valor para pulsar el timbre. Sin embargo, no podía defraudar a sus padres. En realidad, ellos dependían de su sueldo para no perder la casa. Se armó de valor y finalmente apretó el botón. Su respiración comenzó a acelerarse tanto que apenas podía respirar. Su corazón le estaba pidiendo permiso para salir de su caparazón, porque le faltaba espacio para seguir bombeando. Ya no había vuelta atrás.

Escuchó pasos. Por fin se abrió la puerta y se encontró con un chico moreno. Charlie era el pequeño de cuatro hermanos: Jon, Ann y Mary. Sus padres Hugh y Mel Smith. Su padre, fue el fundador de la empresa química Indols. En esa época poseían una de las mayores fortunas de Inglaterra.

Charlie no se llevaba nada bien con su padre. Este era un déspota y, en su casa, se tenía que hacer todo lo que él quería y decía. Sus malas formas hacían que Charlie estuviera día sí y día también discutiendo con su padre.

Se negó a estudiar una carrera en Estados Unidos. No entendía la razón por la que debía marcharse tan lejos. En Inglaterra también había excelentes universidades. Charlie hacía lo contrario de lo que pedía su padre. Era el rebelde de la familia. Mel, su madre, lo defendía a capa y espada porque era su viva imagen, pero no le servía de nada, al final su padre siempre imponía su palabra.  

Cuando Charlie escuchó el timbre salió corriendo. Siempre le gustaba desafiar a la ama de llaves. Para él era un juego con ella, pero casi siempre ganaba ella. Nada más abrir la puerta, se encontró con una jovencita de pelo moreno con una coleta baja. La silueta de ella se marcaba por el vestido verde con puntitos de color ocre, que le había comprado su madre con los pocos ahorros que tenía para que diera buena impresión.

El cinturón que llevaba hacía que su cintura luciera más estrecha aún. La chaqueta iba a juego con el vestido, pero el verde era dos tonos más oscuros. Los zapatos eran de color beis y no llevaban nada de tacón. Era lo único que llevaba prestado de su madre, el resto era todo nuevo.

Emily comenzó a sentirse mal e insegura al ver cómo ese chico la estaba mirando. Comenzó a sentir vergüenza cuando vio cómo él observaba la maleta. Esta era de color marrón oscuro con un asa muy grande. Se notaba que era una maleta muy vieja y de una familia muy humilde.

Era incapaz de hablar y mucho menos de mirarle a los ojos. Si en ese momento se hubiera abierto la tierra, sin dudarlo se tiraría de cabeza. Charlie no dejaba de mirarla. No podía. Se sintió atrapado por ella.

―Hola, me llamo Emily y preguntaba por Ms. Mary. ―Sin darse cuenta de que su voz era muy frágil.

—Perdón, perdón, esperaba a otra persona. Pase por favor y espere aquí mientras viene Mary ―dijo Charlie.

Solo dos pasos dio, y al ver la majestuosa entrada a la casa, abrió la boca. A Charlie le hacían gracia sus reacciones y la forma de mirar todo. Era tan dulce que quiso abrazarla, pero no podía hacerlo, su padre lo mataría.

Mientras ella estaba embelesada observando cada detalle, le llamó la atención una voz femenina que regañaba a Charlie. De inmediato, dirigió su mirada hacia esa voz. Era Mary, la ama de llaves. Tras haberlo regañado, ambos chicos se miraron y se echaron a reír. Ese detalle no le gustó nada a Mary, pero ellos habían conectado.

Mary con cara de hacer pocos amigos, se dirigió a Emily y le dijo: acompáñeme.  Temblorosa agarró su maleta y la siguió. Nada más llegar a su habitación y ver que era para ella sola, no podía dar crédito. Comprobó que tenía una cama de 90 centímetros con una mesita de color cerezo a su derecha y un mueble grande con dos puertas de cristal y una llave que abría el armario. Mary al ver que no iba hacerle caso, le dijo que en quince minutos vendría a por ella.

Dejó todo en el suelo y lo primero que hizo fue dejarse caer sobre la cama. Era feliz. Iba a ser la primera vez que no tendría que compartir ni habitación ni cama.

Emily jamás había salido de las faldas de su familia y no sabía cómo iba a desenvolverse con sus clases de Español para los hijos de la familia Smith. La madre de Emily era española, concretamente de Madrid. También con pocos años, le salió la oportunidad de venir a Londres a enseñar clases de español y no se lo pensó dos veces, por eso sabía que su hija podría hacerlo perfectamente.

Emily encajó perfectamente en la familia con sus clases de español, tanto que los padres de Charly decidieron que ellos también recibirían clases. Emily y Charly se llevaban genial y por las tardes fuera de las clases de español, quedaban en la biblioteca de la casa, para que Charly leyera libros que Emily le dejaba. De esa manera, el aprendizaje sería más rápido.

Charly era el único moreno de los cuatro hermanos, ya que era igual a su abuelo. Siempre había sido el raro de la familia. Como broma, sus hermanos siempre le decían que era adoptado. Al principio tuvo muchos problemas por esto, hasta que su madre se enteró y le dijo la verdad.

Después de dos años dando clases a toda la familia, estos decidieron hacer un viaje a Madrid y poner a prueba lo aprendido. Para esta ocasión decidieron que Emily fuera con ellos. Se sentían mucho más cómodos con ella.

La familia Smith alquiló una de las casas que se encontraba en plena plaza de la Independencia. Era verano y Madrid siempre ha sido una ciudad que no ha dejado indiferente a nadie, dan ganas de quedarse a vivir, por su clima, gastronomía y por todo lo que le rodea.

Una noche, toda la familia fue invitada a cenar a la casa de uno de los empresarios más importantes de la banca, toda la familia menos Emily. Mientras la familia disfrutaba de la cena, Emily se juró que algún día sería rica.

Eran las 21:35 de la noche, cuando Emily desde su habitación, oyó a la familia Smith entrar a la casa y salió a recibirles Quería saber qué tal había ido la cena y cómo se habían desenvuelto. Charly no venía con ellos, pero por discreción no preguntó.

Estuvieron unos 30 minutos hablando, mientras Emily le iba corrigiendo algunas palabras, hasta que decidieron retirarse a sus habitaciones a descansar. Emily hizo lo mismo y se fue a la suya. Según abrió la puerta de su habitación, se sorprendió mucho de ver a Charlie tumbado en su cama.

―Vaya honor encontrarte en mi habitación. ¿A qué se debe? ―preguntó con tono chulesco.

―Te he echado mucho de menos y quería decírtelo ―contestó en inglés.

―Bien. Pues ya que me has visto. Te ruego que abandones mi habitación porque no quiero tener problemas.

―Emily, necesito decir algo. Desde que te vi la primera vez me enamoré de ti. No puedo separarme de ti. Te quiero.

―Sabes que esto es imposible. Yo pertenezco a otra clase social y esto es imposible. Por favor, te ruego que te vayas y te olvides de todo esto.

Charlie se levantó. Nada más ponerse enfrente de ella, no lo dudó y la besó. Hicieron el amor durante toda la noche. Tres meses más tarde, Emily se despidió de la familia. Alegó que ya no la necesitaban y que se iba con otra familia. En realidad, se había quedado embarazada de Charlie.

Mientras estaba en la estación, Charlie fue a su encuentro. Discutieron y finalmente ella le contó la verdad. Él, con todo el cuidado del mundo, comenzó a besarla. “Vamos a ser padres, esto es lo mejor que me puede pasar en la vida, Te quiero Emily. Casémonos.”

―¿Estás loco? Sabes de sobra que tus padres no aceptarán que estemos juntos. ¿Cómo un Smith va a casarse con alguien tan pobre como yo? ¿No lo ves?, ¡este es el fin!, Charlie.

―No. Me niego a perderte. Sé, de sobra, que eres lo mejor que me puede pasar en esta vida y por ende quiero estar contigo. No necesito el dinero, tampoco los lujos. Me sobran las casas grandes; solo quiero estar contigo y con nuestro hijo, sí, con nuestro varón, porque será fuerte y seremos inmensamente felices. Por favor, dime que sí. Permíteme que te haga feliz. Tú me quieres tanto como yo a ti. ¿Por qué debemos separarnos? Si el destino quiere separarnos ya lo hará, pero no seamos nosotros. ¡Casémonos! ¡Casémonos! ¡Casémonos!

De rodillas en la mitad de la estación, Emily era la mujer más feliz del mundo. Lo quería con toda su alma, sin embargo, era consciente de la vida que les esperaba y él no.

―Sí. ¿Por qué no? ¡Casémonos, Charlie! Te quiero.

Ambos se besaron. Las pocas personas que estaban en la estación comenzaron a aplaudir y a desearles mucha suerte. Eran inmensamente felices.

―Ahora toca contarles la noticia a mis padres. Mi madre se alegrará mucho. Ella te adora y nos ayudará. Mi padre…, me da igual lo que diga. Tengo muy claro lo que quiero y lucharé hasta el fin de mis días. Te lo juro.

Ya en la mansión de los Smith, Charlie reunió a sus padres para darles la noticia. Sus caras no reflejaban felicidad, es más, ambos dijeron que era una idea descabellada.

―Hijo, debes pensar que no es futuro para ti. Tienes 28 años y a muchas mujeres con un poder adquisitivo muy bueno y merecedoras de ti. Esa…

―Madre, se llama Emily. ¿Acaso no se acuerda que fue usted la que decidió que aprendiéramos español? Se lo agradeceré toda mi vida porque Emily es la mujer de mi vida.

Su padre apenas le prestaba atención. Seguía leyendo el periódico. Las noticias eran más importantes que la felicidad de su hijo.

―Padre, ¿usted no va a decir nada? Mejor no lo diga, siga leyendo el periódico, es más interesante que esta situación.

―Charlie, de todo lo que has hecho hasta ahora, esto es lo más estúpido. Te has superado con creces. Me parece bien que quieras usarla para sexo, pero dejarla embarazada… ¿En qué estabas pensando? ¿No te das cuenta de que tú apellido vale millones…? ¡Qué incrédulo! Te ha engañado como al tonto del pueblo. Anda, pon una excusa y dile que no puede ser y que a saber si el hijo es tuyo. Seguro que será de un pobretón de su pueblo y te está utilizando para sacarte dinero.

Charly se levantó del sofá enfurecido y les dijo a sus padres que si no aceptaban a Emily y a su hijo, él se iría con ella.

―Perderás todo. La herencia, apellido, lujo y a tu propia familia. Si sales por esa puerta dejarás de ser mi hijo.

Su madre fue tras él, no quería perder a su hijo, pero tampoco quería que lo utilizaran.

—Lo siento madre, pero me voy con Emily. Y para su información, ella no sabe lo que está pasando ahora mismo aquí, porque es una decisión que acabo de tomar. La amo y no quiero dejarla sola.

Seis meses más tarde, en casa de los padres de Emily, nació Roy; un varón que pesó 3,5 kilos. La propia felicidad de la pareja hacía que la pobreza no fuera tan dura. Emily ayudaba en todo a Charlie, pero este no prestaba atención a las carencias. Por primera vez supo lo que era una familia y el amor verdadero. Sus suegros se convirtieron en verdaderos padres para él. Era inmensamente feliz. No quería separarse de ellos jamás.

Cuando Roy tenía 5 meses, tuvieron que irse al sur de Londres, porque Emily había encontrado trabajo como profesora en una escuela de mujeres y la oferta les daba para pagar una habitación y poder vivir los tres. Todo iba maravillosamente bien, hasta que Charly se puso malo y Emily tuvo que dejar su trabajo para atenderlo.

Apenas habían ahorrado dinero. Lo que tenían, alcanzaba para pagar la renta de la habitación y la comida de Roy. Emily se preocupó mucho porque no podía salir a trabajar. Roy ya tenía 10 meses y las dificultades de la familia cada vez eran mayores, era necesario tomar una decisión. Charly ya estaba casi recuperado, pero como no tenía apenas fuerzas, le era imposible cuidar de su hijo para que ella pudiera salir a trabajar.

Emily recordó que cuando iba a trabajar a la escuela de mujeres, siempre pasaba por un convento, decidió solicitar ayuda y funcionó. Mientras Charlie se recuperaba, en el convento se harían cargo del niño. Desde luego ella podría visitarlo a diario.

Estuvieron así un año porque la enfermedad de Charly atacaba a los pulmones y no querían correr el riesgo de que empeorara o se muriera. Un día, Emily fue a visitar a su hijo Roy como de costumbre. La madre superiora esta vez la llevo a su despacho para decirle que lo sentía mucho, pero que el día anterior se habían llevado a Roy.

Algo dentro de Emily se descompuso y se desmayó. Al despertar, estaba tumbada en una de las habitaciones de las monjas y al recordar la noticia, se puso a llorar sin consuelo. Sor Angels, dijo a Emily que los padres de Charly habían venido a reclamar a su nieto. No pudieron negarse. El donativo ofrecido fue tan suculento que con él podrían comprar comida para el prójimo durante tres años.

Emily, sin decir absolutamente nada, fue a contarle la desgracia a su marido. Charly había empeorado mucho, tenía mucha fiebre. Al verlo en ese estado, pidió ayuda en el convento, se lo debían.

Charly estuvo 4 meses en el hospital ingresado con una neumonía severa, pero afortunadamente sobrevivió. Una vez que salió del hospital y tras una convalecencia de dos meses, decidieron ir a casa de sus padres para recuperar al niño.

Cuando llegaron a casa de los Smith, estos comentaron que lo mejor para Roy era mandarlo a USA a casa de unos conocidos multimillonarios que se ocuparían de su educación. Charly se levantó y sin decir absolutamente nada abandonó la casa de esos señores, juró que jamás volverían a saber de él y que iba a luchar por recuperar a su hijo.

Las Reglas de la Verdad.

 

Gilda FLawan