hacker, attack, mask

Anónimo

Introducción: El mundo está dividido en dos: Uno donde tienen cabida los ricos y el otro, el resto. Quiero haceros una pregunta: Imaginaos que os levantáis y de repente vuestra suerte cambia por completo y os hacéis la persona más poderosa del mundo. ¿Seguirías tratando igual a vuestra gente? Uf, difícil ¿verdad?

Bien, con esta reflexión os dejo con mi nuevo relato. Espero que os guste.

ANÓNIMO

17 de Abril de 2021.

Doce de la mañana. Hora en que el Juez D. Edgar  Torres y el  Comisario D. Juán Antonio Fernández recibían un paquete. Mismo color de sobre. Sin remitente y mismos sellos en la parte superior derecha.

Ambos hicieron el mismo gesto: arrugaron la frente, bajaron las cejas y se mordieron el labio superior al quedarse fijamente mirando el sobre. Sin decir palabra, cada uno agarró el sobre y se dispusieron a abrirlo.

Con mucho cuidado sacaron tres carpetas: una de color negro, otra de color amarillo y la última de color marrón. Cada carpeta venía con una goma en el centro para que no se abriera y se salieran los documentos.

Colocadas ya en sus respectivos escritorios, comenzaron por la primera que tenían encima: la carpeta marrón.

Tanto el  juez como el comisario no daban crédito a toda la documentación que les ha había facilitado el “anónimo”. El comisario no para de decir: “Dios mío, no puede ser… esto es una barbaridad. ¡Es imposible! No puede ser, no puede ser.  El juez, con las manos en la cabeza y cabizbajo iba leyendo línea tras línea sin poder dejar de leer.  Hacía las pausas en las comas y tomaba aire cuando llegaba a un punto y aparte, pero no dejaba caer ni una sola palabra.

Cinco de la tarde y ambas personas habían terminado de leer todo. Ninguno había comido ni bebido, ya que no se dieron cuenta de la hora que era, sin embargo, las tres carpetas habían sido escrutadas al dedillo.

Miraron dentro del sobre y para su sorpresa había una carta dirigidos a ellos. La sacaron con sigilo y se dispusieron a leer.

Estimado Juez:

Espero que esta joya que le acabo de ofrecer sepa utilizarla con mucho rigor y a la mayor brevedad posible. Como acaba de comprobar, cuenta con pruebas irrefutables de la culpabilidad absoluta de la persona que firma todos esos documentos.

Creo que no hay nada que pensar, y solo espero que, cuando el comisario le pida la orden de registro para semejante persona, la tenga firmada y por duplicado, porque tengo otros documentos que le pueden inculpar en este asunto. Dicho esto, le dejo trabajar para que no pierda tiempo.

Atentamente: Anónimo

Estimado Comisario:

Estará contento con lo que le acabo de poner en bandeja ¿verdad? Sí, como está leyendo. Le acabo de ofrecer el mayor caso de CORRUPCIÓN. Estamos de acuerdo en  que el caso es delicado, sin embargo, si esto llegara a las manos de la prensa, imagínese el daño que haría, por ese motivo he preferido empezar por esta vía, la correcta.

Tiene todo lo necesario para que esta persona no vuelva a ver la luz en su puñetera vida. Como dice el refrán: “A todo cerdo le llega su San Martín”, pues a este personaje le ha llegado la matanza entera.

No sabe lo que voy a disfrutar viendo las noticias, leyendo los periódicos y sobre todo,  comprobar como recibe lo que se merece.

Bajo ningún concepto intente buscar huellas o averiguar cómo ha llegado esto a sus manos, solo cumpla con su deber. Se lo estaré inmensamente agradecido.

Atentamente: Anónimo

Atónito por toda la información que tenía en sus manos, se levantó de inmediato y se dirigió hacia el aseo. Llevaba la mirada perdida y no era capaz de articular palabra. Ya  en el baño se lavó la cara con agua fría. Necesitaba sentir algo fresco, ya que no sabía cómo digerir tantos hechos.

Ya de vuelta a su despacho y sin sentarse hizo la llamada de rigor. Él, le estaba esperando.

―Edgar… no sé cómo empezar, la verdad…―titubeaba sin cesar.

―No lo hagas. Yo también lo he recibido. Hablamos de la misma persona ¿correcto?

―Correcto. Y como sabrás, esta vez no puedo hacer nada. Estamos atados de pies y manos. Tengo que actuar y será hoy. No te queda otro remedio que hacerme llegar la orden judicial para ir a su casa.

―Te la entregaré en mano. En una hora nos vemos en su domicilio. ¡Qué sea lo que Dios quiera!

Seis y media de la tarde y ambos estaban dispuestos a tocar el timbre de la casa, cuando llegó su coche. Al escuchar el motor se dieron la vuelta y el juez se topó con la mirada de este. Sin decir nada y sin saludarse, se dirigieron al coche oficial y se sentó en la parte de atrás.

El camino hacia la comisaria la hicieron los tres callados. El viaje duró 45 minutos. Su móvil sonó y era su esposa.

―Cariño, no pasa nada. Deja que entren y que hagan su trabajo. Yo voy camino de la comisaria. Estaré bien. No hables con nadie y llama a mi abogado. Te quiero.

El comisario le seguía por el espejo retrovisor y le llamaba la atención su comportamiento. Otra persona estaría haciendo preguntas, sudando, nervioso; pero este, estaba muy calmado. Estaba acostumbrado a salir de todo. Eso sí, esto era diferente, pensó el comisario.

Ya los tres sentados en un despacho donde nadie les había visto entrar, el juez se dirigió a él.

―La gravedad del asunto es de tal magnitud, que no sabemos por donde empezar.

Tenemos en nuestro poder tres carpetas donde nos explican en todo lo que estás metido. No sabemos a quién has cabreado, pero lo que sí sabemos, es que vas a pasar tu jubilación entre rejas.

―No vais a poder demostrar nada. No sabéis con quién estáis hablando y en menos de una hora estaré de vuelta en mi casa.

―No. De eso nada, esta vez no sales de aquí. Esta vez, sí que no podemos hacer nada por ti. Ah, y me alegro de que sea así, porque si todo es verdad, no te mereces ni vivir.―contestó indignado el comisario.

Sonó el fijo del despacho y este atendió la llamada. Le acaban de decir que el abogado del acusado estaba en comisaría.

―Bien, su cliente está aquí, ya que nos han aportado pruebas donde le inculpan de graves situaciones.

De hecho, ahora mismo están buscando más pruebas en su domicilio y oficina, pero con lo que tenemos en nuestro poder es más que suficiente.

Bajo el seudónimo de “anónimo” acusa a Adolfo Rodríguez de: trata de blancas en México, tráfico de drogas en España, cinco cuentas bancarias en diferentes  bancos del mundo con cantidades muy altas de dinero… y muchas cosas más que irá comprobando por usted mismo. El problema es que hay pruebas de todo. Lamentándolo mucho, nos vemos obligados a detenerle.

El abogado no decía ni una sola palabra mientras iba leyendo todo. Prácticamente era un caso cerrado.

Hasta la espera del juicio, se le trasladó al Centro penitenciario de Soto del Real, Madrid.

La prensa se hizo eco de la noticia y comenzaron a sacar  todo lo habido y por haber de esta persona. Unas cosas eran ciertas y otras no, pero tenían que estar ahí.

Se trataba de la persona más influyente de nuestro país a nivel empresarial. Sin embargo, todas sus conexiones políticas que parecían hacerle intocable, ahora le habían dado de lado y no resultó ser tan importante.

El juez no dio opción de pagar fianza, ya que no quería jugarse nada con el anónimo y salir mal en esta operación. Era la primera vez que podía más el miedo que la vergüenza.

Las condiciones en la prisión no eran las más adecuadas, la verdad. Al estar acostumbrado a tenerlo todo y ahora no tener nada, le estaba costando mucho, pero no podía hacer nada. Adolfo estaba en la biblioteca cuando un funcionario de prisión se acercó a él y le dijo que tenía una visita. Se asombró porque no tenía permitido ninguna y pensó que sería su abogado con alguna noticia diferente.

Su sorpresa fue cuando descubrió que era su secretaria personal, Lorena Esis. Se le iluminó la cara, porque vio en ella una luz para testificar a favor en el juicio.

Se sentó por primera vez en la silla de plástico verde y se apoyó en la repisa blanca que estaba justo debajo del cristal que los separaba. Pulsó un interruptor que había enfrente de él y se dirigió a ella.

―Me alegra mucho de verla y sobre todo que venga en sus condiciones. De verdad que no sabe cuánto se lo agradezco.―le regaló una sonrisa. Algo forzada, pero era la primera vez que lo hacía con ella en más de cuarenta años.

El semblante de ella era totalmente diferente al de él. Lorena estaba rígida, seria y demasiado fría.

―Se preguntará por qué he venido a verle ¿verdad? Pues es muy sencillo, quiero decirle a la cara todo lo que nunca le dije en su día.

En ese momento, el rostro de él cambió por completo, volvió a ser la persona que ella siempre había conocido, pero la diferencia ahora era, que él no podía decirle ni hacerle nada.

―Lo único que me ha llevado venir a este lugar, ha sido comprobar que es cierto que está aquí y que ya no podrá hacer más daño a nadie que esté a su alcance. Sí, como me está escuchando.

Jamás he conocido y conoceré a nadie tan arrogante, déspota y mala persona como es usted. Ahora sabrá lo que es que le manejen con hilos como si fuera una marioneta. Quiero que viva en sus propias carnes, las veces que me ha hecho llorar, me ha vejado y sobre todo, pensar que no soy nada. En esto último se ha equivocado por completo…, debería de prestar más atención y saber quiénes son las personas con las que trabaja, porque nunca se debe subestimar a nadie.

He dado mi vida por el trabajo. He perdido la oportunidad de ser madre, casarme y mucho menos tener vida propia, porque me ha exigido estar las 24h a su lado. Y, ¿qué ha hecho usted? Nada, no ha hecho nada.

¿Se acuerda cuando entré a su despacho destrozada porque me acababan de diagnosticar un cáncer de mama? ¿Se acuerda lo que me dijo? ―No se preocupe que eso no es nada. Ahora, ¿podría traerme el informe que debería tener en mi mesa hace treinta minutos, por favor?

Malnacido. Eso es lo que es usted. Ojalá se pudra en la cárcel, le violen, le tengan que operar tantas veces sean necesarias por las palizas que reciba…, que cada cicatriz que se le quede en la cara y cuerpo, lleve el nombre de una de las persona que ha trabajado para usted y no ha sabido respetar. ¿Se acuerda que hizo cuando recibió mi baja porque mi cáncer lo tenía muy avanzado y el tratamiento era muy agresivo? Me despidió. Ni siquiera me preguntó ni una sola vez cómo estaba. Me despidió sin preguntarme si necesitaba algo. Me despidió sin más. Claro, como ya no le valía…

Quiero que tenga algo muy claro: he sido la única persona que ha estado a su lado en todo momento. He sabido capear a sus amantes cuando su mujer estaba llegando a la oficina, o he puesto cenas de negocios cuando no lo eran. Le he salvado el culo con documentación muy golosos para no pudrirse en la cárcel. Pero no, lo único que le importaba era el poder. Le ha importado una mierda las personas, la familia, todo lo que estuviera por debajo de usted creyendo que era Dios, y mírese ahora ¿quién es usted? Es un simple número al que están deseando catar en todos los aspectos.

También quiero que sepa que, esa persona a la cual no le ha brindado ayuda y ha pensado que era una mierda de persona, sí, esa misma, ha movido hilos y ha hecho que su nuevo domicilio sea el actual.

Nada más escuchar eso, se incorporó de golpe y puso las manos en el cristal fijando su mirada en mí.

― ¿Has sido tú? Hija de la gran puta.

―Correcto. He sido yo. ¿Le ha gustado mi jugada maestra?

―Hija de puta. Eres una maldita zorra y ojalá te mueras según salgas de aquí.

―Tranquilo, solo me quedan meses de vida, pero las voy a vivir muy a gusto sabiendo donde se encuentra. Voy a seguir las noticias y comprobar de primera mano, las peripecias que se ejercen aquí dentro y que va a tener el gusto de probar…

Jamás  había visto esa mirada en él. Estaba sintiendo el miedo, asco, rencor y decepción por no tener el poder y ser yo quien manejaba la situación y su propia vida.

Me disponía a irme cuando me di la vuelta y allí seguía él. Miraba al horizonte esperando una respuesta y la obtuvo.

―Por cierto, le queda una cosa por decirme: ¿qué se siente cuando alguien es inocente, le inculpan sin haber hecho nada, pero las pruebas son tan evidentes que sabe que nadie puede ayudarle? Ay, amigo. Es maravilloso tener amistades con tal inmenso poder que, pueden hacer del grande un miserable y al miserable un grande.

Espero que cuando logre salir de aquí, haya aprendido una lección de vida y sepa lo que es la humildad. Mientras tanto, disfrute de lo que le toca: estar al otro lado.

 

Gilda FLawan

 

 

7 comentarios en “Anónimo”

  1. Ojo por ojo… ¿Una manera de hacer pagar al culpable al mismo nivel del daño recibido? Muchas veces nos sentimos tentados a hacer «justicia*, porque no confiamos en ella. Pero no es justicia es ¡VENGANZA! Eso nos convierte en verdugos.

  2. buen texto, buena historia… el dia que nos demos cuenta de que todos somos iguales… hay muchos dichos que me encantan sobre este tema, uno lo has mencionado, a cada cerdo le llega su san martin, otros podrian ser, el que siembra recoge, yo siempre aconsejo sembrar cosas buenas pero quien siembra mal pues…

  3. Madre mía! Esto es una venganza en toda regla… Me hace reflexionar sobre dónde está la linea de lo que se puede y se debe o no hacer…
    No soy amiga del ojo por ojo. Mis valores son los que son y no me los saltaría nunca a pesar del sufrimiento. Lo atajaría de otra manera para poder estar en paz conmigo misma. Para mí, tener la conciencia tranquila es mi mejor descanso.
    Enhorabuena Gilda ❤❤

  4. Nieves-Blue Jeans

    Pues vaya desahogo!!!! No tiene desperdicio!! Una vez sentí algo parecido en el trabajo durante dos años y cuando me despedí sólo dije mirándole a los ojos «Te deseo que te vaya como te mereces», sonreí y me marché. Sin embargo no soy amiga de devolver el mal, no soy capaz. En mi interior, he perdonado dos veces en mi vida cosas horribles. No es bueno vivir odiando.
    Por otra parte no termino de entender que una persona viva así más de cuarenta años a no ser que medie un enamoramiento, cosa que tampoco entendería durante tanto tiempo. En fin, cada uno somos de una manera!!!
    Pero el relato me ha encantado!!
    Un beso fuerte!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Únete al boletín

Recibirás un email por semana

Con las cosas de Gilda