crying, girl, young

Carla y sus miedos

CARLA Y SUS MIEDOS

A día de hoy me es imposible dejar de mirar esa puerta y no sentir lo de siempre. Intento trabajar conmigo misma, pero no avanzo.

Aquí estoy, sentada frente a ese trozo de madera de color blanco. Tres bisagras del mismo tono que el agarradero que nunca toco, porque me abren la puerta tanto para entrar como para salir.

No quiero escuchar mi nombre, porque sé lo que me espera dentro. Año tras año es lo mismo, pero según ellos tengo que venir para tener mejor calidad de vida…, ¿mejor calidad de vida? Qué sabrán ellos de esto…

Mientras no dejo de mirar a esa maldita puerta, alguien entra a la misma sala y se sienta. Se sienta justo enfrente de mí y no para de mirarme. Me está poniendo nerviosa (como si no tuviera bastante con estar aquí, como para sentirme observada por alguien al que no conozco). De repente, escucho mi nombre. Lo escucho bastante lejos, como si alguien desde la calle me estuviera llamando, pero no reconozco su voz. Presto atención y cada vez lo escucho más cerca. Me levanto de un salto de mi silla cuando me doy cuenta de que, la persona que se ha sentado enfrente está diciendo mi nombre.

― ¿Carla? Es tu turno. No tengas miedo. Agárrate a mí y vamos juntas.

No reacciono porque no conozco a esa persona, sin embargo, ella a mí sí. Me transmite confianza. Me habla con dulzura y me recuerda a mi madre cuando tenía tan solo cuatro años. Me dejo llevar y hago lo que me pide.

Vamos directas hacia la puerta. Cada vez está más cerca y comienzo a sudar. Mis pasos disminuyen y quieren ir hacia atrás. Mi cerebro le da órdenes y luchan entre ellos. Para mí es complicado, ya que me siento más cómoda con los movimientos de mis pies, es más, yo les estoy dando la orden, los necesito para salir de allí, pero una vez más gana: hacer lo correcto.

Ya estoy dentro y una voz me saluda. No les miro. Nunca. Jamás sabré que aspecto físico tienen, porque no quiero asociarles en esta profesión.

―Buenos días, Carla. ¿Cómo te encuentras?

―Bien. Perfectamente.

―Me alegro. Hoy haremos algo diferente, vamos a grabar la sesión y luego quiero que te veas. ¿Te parece bien?

―Usted es la profesional. Como decida.

―Perfecto. Carla, vete a tu sitio de siempre y cuando estés preparada me avisas para comenzar.

Mientras voy al sillón, veo que se levanta y se dirige hacia una cámara que tiene justo a mis pies. La cámara me grabará de frente.

Ya estoy tumbada con los ojos abiertos y solo puedo fijarme en la cámara. Me gusta. Me hace sentirme bien. Hoy soy la protagonista de mi historia. Estoy deseando empezar.

Escucho como esa señora me está hablando, pero mis ojos no quitan la vista de la cámara, solo estoy esperando a escuchar: action para contar mi historia.

Estoy tumbada en mi habitación y siento como se abre la puerta. La huelo, siento su energía, es ella.

De repente, mí cuello comienza a hacerse más fino. Y más fino. No veo nada, pero no puedo respirar. Quiero moverme, pero no puedo, algo me lo impide. Quiero gritar, pero es imposible, algo frío me lo impide.

Mi cuerpo comienza a sentir temblores y siento como unas manos me agarran. Me sujetan y poco a poco reacciono a lo que escucho y me hacen. Siento que estoy sudando más que nunca y estoy bastante mareada.

Hora de abrir los ojos. No veo nada, es como si estuviera en una habitación oscura. Trago saliva repetidas veces y escucho a mi hermana, o eso creo. Sin embargo, esta vez no quiero escucharla, no tengo ganas de hablar. Me siento muy cansada.

Dos personas me ayudan a incorporarme en el sillón y me dejo hacer. Me traen en una bandeja: una botella de agua y una servilleta del mismo color que la puerta. Me da repelús, pero me veo obligada a utilizarla.

Con toda la paciencia del mundo, esperan mientras me aseo de nuevo y recupero fuerzas. No hablan ni se miran entre ellas. Solo una no para de escribir y escribir. Intuyo que luego me dará instrucciones.

― ¿Lista, Carla? ―habla la que no para de escribir.

― ¿Lista, para qué? ―La miro enfadada.

―Necesito que me cuentes qué has visto y cómo te has sentido. Ah, no olvides el final.

―Una cosa…, si siempre es lo mismo, ¿Por qué tengo que explicarte lo mismo? Llevamos más de cuarenta años reproduciendo la misma historia y nunca he tenido mejoría. Hoy no me siento con ganas de contarte nada.

La doctora se levanta, se sienta a mi lado, me coge de las manos y me dice: Carla, pasarán más de cien años y seguirás sintiendo lo mismo. No hay manera de ayudarte, porque te niegas. ¿No será que en el fondo necesitas sentirte así en cada aniversario para no olvidarte de ella? Está muerta, y debes aceptar que se vaya, porque jamás volverá a tu vida.

Ahora te voy a poner lo grabado, ya que quiero que te veas por ti misma. Quiero que te des cuentas que, la solución la tienes solo tú. Todos los años te damos el alta, y tú eres la que nos llamas para que te hagamos esto. ¿Crees que es necesario esto? ¿Por qué te castigas tanto? ¿Crees que esto te ayudará de salir bien en tu historia de Las Reglas de la Verdad? ¿Por qué haces tanto caso a Sandra? Por nuestra parte, esta será nuestra última sesión, porque creemos que es hora de que vayas a enfrentarte a tu verdad.

Tienes derecho a ser feliz, a crear una familia y, sobre todo, debes aprender a quererte más.

Si quiero saber más de ti, te leeré en tu historia: Las Reglas de la Verdad.

Hasta pronto, Carla.

Gilda FLawan

 

 

 

7 comentarios en “Carla y sus miedos”

  1. Carla está obsesionada con esa muerte. Piensa año tras año como afrontarla. Mientras no abandone ese recuerdo seguirá viviendo atada.

  2. La doctora es clave en la terapia, creo que debe buscar otras técnicas para ayudarla. Ella por si sola no va a salir del tema, necesita saber como, no importa quien.

  3. Carla me transmite tristeza y resignación. Tiene que aprender a ser fuerte y esconder su vulnerabilidad.
    …Y me da a mí que Sandra tiene mucho que ver en todo eso…
    Carla, espabila!!

Responder a Mat Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Únete al boletín

Recibirás un email por semana

Con las cosas de Gilda