Lo que nunca esperábamos vivir. Artículo publicado en la revista «Nerium Nº 3»

 

Lo que nunca esperábamos vivir

¿Qué es lo peor que le puede pasar a un ser humano? Sí, eso es, que te aíslen de tú día a día y de las personas que necesitas para poder seguir adelante.

Primero todos debemos de confinarnos en casa, porque un virus amenaza al mundo entero; pero en vez de hacerlo de golpe va dando pasito a pasito entrando en los países más visitados por el ser humano.

Todo comienza en una ciudad de China, que no es nada conocido por nadie y después se mueve a Italia, al Norte: el destino favorito de los chinos.

Italia es un país muy cercano a España y es azotada bruscamente, en especial mi natal Madrid; somos muchos los que viajamos al norte de Italia y mi ciudad se convierte en el epicentro del virus. Por desgracia Ciudad Condal, Barcelona  le sigue y entonces comienza el pánico. Decretan confinamiento por 15 días.

Comienza la expectación, los primeros días pegados a todas las cadenas de TV, radio, internet, todo; queremos saber qué pasa, pero nadie nos advierte lo que está por venir. Cada día que pasa vemos la situación empeorando, lo seguimos todo como robots pegados a la TV.

Cuando se empiezan a conocer los primeros fallecidos de gente cercana a ti comprendes que esto le puede pasar a cualquiera, todos somos vulnerables. Oyes que le pasa a la gente mayor, pronto te enteras que fallecen personas de cualquier edad y comenzamos a entender que para muchos el mundo no ha sido justo, tenían toda la vida por delante.

De repente sientes un miedo  que no sabes explicar. Intentas entender qué está pasando, para poder dar una respuesta a quienes están contigo; comienzas a plantear tu vida de otra manera, pero eso sí, sin olvidar que estamos confinados en casa.

Nace entonces la idea de salir a aplaudir a las 22h, lo hacemos. Salimos a las ventanas, a los balcones y aplaudimos. Sin saber porqué entran ganas de llorar, pero en vez de hacerlo sientes cómo la cabeza gira de un lado a otro comprobando que todo el mundo está igual; es cuando nos damos cuenta que nadie se conoce, porque la vida del día a día ha hecho que fuera así.

Pasan los días y vemos que algo no funciona. El sector salud es el más castigado y son las principales personas en luchar contra el virus, en primera fila, pero no tienen los materiales para poder cuidar de todos nosotros. “No puede ser” ¿de verdad está pasando esto? Ellos son los primeros que deben estar forrados de pies a cabeza, son nuestros ángeles,  son la fuerza y la esperanza que dan a familiares y amigos que dejan en urgencias, a quienes se acude  con tristeza pidiendo con la mirada: “salva su vida». En esos momentos los “ángeles» son las única compañía que tienen al dar su última bocanada de aire, sintiendo cómo sus cuerpos dejan de tener vida, así de simple.

Miles y miles de familias pegadas a los móviles para tener información de sus familiares, pero es tal el caos que solo reciben la llamada para decirles que han fallecido.

En ese momento nadie es consciente que la voz al otro lado, titubeaba mientras daba la noticia. Algunos médicos, enfermeros y todo personal sanitario, llora como si fuera su propio padre, madre, abuelo, o abuela; aún más sabiendo que no se les podrá despedir cómo uno quiere.

Se sigue luchando día tras día y esta vez se sale a aplaudir a las 20h, hay muchos peques que quieren unirse y aplaudir a nuestros ángeles.

En momentos así se comienza a ver quiénes están al pie de cañón, empezando por el personal sanitario y todas las personas que día a día vemos, pero nunca se les ha hecho caso como el personal de los supermercados que están igual de expuestos que el sector sanitario.

Se sigue sin información suficiente y comienza a apoderarse el pánico de la gente mandándoles a comprar como si no hubiera un mañana ¡Error! Ahí el miedo puede con todos ellos y sin darse cuenta, se han puesto en primera línea de batalla exponiéndose cada uno al propio contagio, pero no lo piensan así y salen teledirigidos, una vez más, por el pánico a comprar.

Nadie es consciente de lo que acaba de hacer, eso sí, tienen la nevera y las despensas llenas y también el cuerpo repleto de carga viral, pensando que por falta de comida o papel higiénico se iban a morir. La que se ha liado. El virus hace lo suyo infectando a todo el que estaba al lado e incluso a seres queridos, porque no se tiene la costumbre aún de taparse al toser o hacerlo en el codo, como se ha estado indicando, pero se acostumbra tocarse la cara, ojos, boca y nariz, inyectando cada vez más carga viral.

Sube el número de contagios, colapsa urgencias en los hospitales y una vez más el pánico, miedo e incertidumbre dirige la vida. Por fin, el ciudadano se da cuenta que el tema es muy serio cuando la cifra de fallecidos suma un cero más. El confinamiento se comienza a tomaren serio; pero ya es tarde, ahora toca esperar y ver quiénes van cayendo.

Comienzan los primeros síntomas, no saben si decirlo o no por miedo a que les lleven al hospital y ya no vuelvan a ver a la familia, pero se ven con la obligación de hacerlo, porque el mayor número de personas no viven solos. Se tiene que soltar la bomba: “¡creo que tengo algunos síntomas!” Como despidiéndote de ellos. Sin darse cuenta, puede observarse el miedo reflejado en los ojos de los familiares. No son conscientes, pero existe y otra cosa crece dentro de ellos, toca lidiar con eso a solas. Se para el mundo y notan cómo algo dentro de sí se suelta para no pertenecer a nadie, solo a uno mismo, toca luchar y salir con vida.

Muchos tienen fiebre altísima pero no pueden atenderles, los hospitales están saturados, la receta: paracetamol cada 8h y si ven que la cosa va a peor, tendrán que acudir a urgencias.

Una vez más el miedo vuelve apoderarse de uno y ya no saben qué hacer.  Aferrándose a un aparato pequeño se reza mirando una cifra de cuatro números dividido por dos puntos subir o bajar. El corazón se acelera al ver que aumenta cada vez más y el pánico vuelve a susurrar diciendo: “vas a morir”, solos son ellos quienes piensan que de esa no salen. La fiebre, el malestar, la tristeza y muchas cosas más no dejan a las ganas de vivir y  comerse el mundo salgan adelante; les ha invadido la pena haciendo que todo a su alrededor se oscurezca.

Son las 20h y se escucha a los vecinos aplaudir, pero hay personas que no pueden hacerlo, porque no pueden ni levantar las manos, pero piensan que mañana estarán mucho mejor para hacerlo.

Desaparece la fiebre de muchas personas y la luz alumbra en sus diminutas habitaciones, algo nuevo comienzan a sentir y lo primero que se hace es comunicar a la familia que las 4 cifras ya no pintan el 0, el 9 ni el 8; pero ha aparecido el 7 y la vida vuelve a darles otra oportunidad.

Se comienza a valorar otras cosas, la vida vuelve a ser bonita y se quiere seguir en ella, pase lo que pase, porque lo necesitan y es en lo único que ocupa la mente: “vivir»

Y ¿ahora qué? ¿Qué es lo siguiente? ¿Puedo salir ya con la familia? Es momento de dudas y no saber qué hacer; pero, hay que seguir las instrucciones de los médicos que te hacen el seguimiento por teléfono. Lo primero que dicen: “es que el test no se lo pueden hacer, porque lo poco que llega es para el personal sanitario y personas que trabajan en los centros de mayores, pero hay que seguir con el protocolo de aislamiento”. Una vez más algo vuelve a cambiar por dentro, sin saber qué es y porqué, pero tienen que seguir adelante.

Su vida depende exclusivamente de las personas que hay tras la puerta de esa habitación y su día a día es siempre lo mismo. Sí, siguen vivos, pero internamente muertos aislados de lossuyos. La primera semana se ve todo positivo, se ha sobrevivido al virus y uno se siente afortunado de ser un número en la columna de curados y no de fallecidos; aún así, toca la lucha del día a día que se convierte en rutina, aburrimiento, soledad, tristeza y otras cosas que no sabe cómo llamarlas.

No se pone el despertador, porque no tiene pensado en hacer absolutamente nada, solo despertarse, dar tanto los buenos días como el parte clínico a sus familiares y a su médico cuando les llaman. Suben la persiana, abren la ventana para airear la habitación, van al baño, salen y mandan un Whats para indicar que ya están despiertos y que les pueden traer el desayuno. En minutos se abre la puerta, ven a esa persona dispuesta al servicio, se alegrande verles pero saben que solo son segundos, porque esa puerta vuelve a cerrarse y comienza un nuevo día: la soledad y uno mismo.

El tiempo pasa  lentamente en estas cuatro paredes. Les da igual comer a las 14h como a las 17h, saben que una vez más se volverán a dormir tarde. Miran a su alrededor y ven todo igual, nada ha cambiado. El libro sigue en la mesita de noche, sin abrir, justo al lado tienen la farmacia ambulante, no tienen que dejar de tomarla para no recaer. Cogen su móvil y ven su WhatsApp, millones de grupos: la familia, los amigos, los de la clase de baile, de canto, de pintura, los del trabajo, los vecinos, los de…y todo se repite. Memes, canciones de esperanza, ánimos por todos los lados y se aburren. Entras a Facebook, más de lo mismo, lo único que cambia es la guerra que hay de personas que discuten por política‒venga ya ¿de verdad que esto está pasando? Después de cuatro semanas de confinamiento no hemos aprendido nada‒, la esencia humana no cambiará nunca.

Después de comprobar que todo sigue igual, cierran todo y se van a por el mando, a ver que hay. Un canal y Coronavirus, otro canal y lo mismo, sigues pasando y ‒joooo‒, otra vez. A tomar por saco la tv. pillan la tablet y se van a Netflix‒a ver que toca hoy. Pasa la lista y se preguntan: “venga ¿te apetece llorar?”‒Sí, pero no‒“¿Reímos?”‒me encantaría, pero el esfuerzo me puede provocar tos y no quiero‒“¿Algo de miedo?”‒Ni de coña y más ahora que estamos solos en la habitación‒. Bueno, se dan cuenta que están hablando solos, pero no del todo porque ahora tienen compañía que les acompañara por mucho tiempo, ahora tienen como amiga a “la soledad».

Es hora de merendar y saben que en breve se abrirá la puerta y que les traerán comida, sus corazones volverán a latir por un instante. Se abre la puerta, les miran, viene con la mejor sonrisa que se les puede ofrecer, porque es lo único que ahora pueden darles; lo notan: andan muy perdidos sin saber qué decir o hacer por eso. Se  les devuelven la misma sonrisa diciendo: “no te preocupes que lo estás haciendo muy bien y que no pasa nada” Una vez más, los enfermos son los que dan ánimos a sus seres queridos. Ya son 16 desayunos, comidas, meriendas y cenas que hace a solas y en un momento determinado se siente la nueva amiga. Vuelven a sentarse en su lado de la cama y sin saber porqué, están viendo fotos con tu pareja, amigos, familiares de todos los lugares dónde han viajado, disfrutado y un largo etc.

Se rompe en llanto, sin que nadie les vea, porque se echa de menos el calor de esa persona, un abrazo, una caricia, un beso, estar juntos, hablar, reírse, discutir, cocinar, etc. Las pequeñas cosas son las que se echan de menos; sin ellas no se puede vivir. Vienen los sentimientos encontrados‒Dios, que mala es la cabeza cómo juegan con uno y qué vulnerables son‒, pero sin darse cuenta siempre hay algo dentro de ellos, solo quieren protegerles y aún no lo saben, pero lo presienten, sin lograr entender qué es.

Las personas vuelven a sorprenderte‒para bien y para mal‒ pero una vez más, vuelven a tener claro quién continuará con ellos y quién no. Lo triste de esto, es que tiene que pasar algo grave para darse cuenta. Hora de acostarse, o mejor dicho de cerrar los ojos e intentar descansar, pero antes dan una vuelta por Facebook y comprueban que somos miles de personas que están en la misma: sin poder dormir‒madre mía, que mal está afectando todo esto, pero lo malo no es esto, lo malo será volver a la vida real‒. Abren los ojos, un día nuevo, sin levantarse miran de un lado a otro, no es un sueño. Ahora son ellos los protagonistas de una película; se ha cambiado todo, son ellos los luchadores, los que pelean continuamente por sobrevivir al virus que ha azotado sus vidas y esperan un final feliz como en las películas, pero ese capítulo es incierto.

Miles de personas lanzan preguntas: “¿vosotros pensáis que cambiaremos? ¿Seremos mejores personas?” Pues desde mi ventana os digo: no vamos a cambiar. La primera semana, todos iremos a abrazar a nuestros padres, abuelos, hijos, parejas, amigos y nos querremos como si no hubiera un mañana. Volveremos a trabajar, a reanudar actividades, a tener precaución de no estar en lugares concurridos y mantener distancias con las personas que no conocemos.

Todo esto nos durará una sola semana y volveremos a ser como éramos antes, puede que algo mejor‒sobre todo los que estamos sufriendo la enfermedad‒, porque lo que si tenemos muy claro es que si hubo una segunda oportunidad y esos momentos de soledad han servido para aprender algo de uno mismo; tal vez habría que valorar una vez más lo que por un tiempo nos han arrebatado, tal vez un día despertemos en una diminuta habitación, tal vez sea ese día el primero que vivir. Por ahora, tal vez uno es quién abre esa puerta. Y sales con la misma sonrisa que te han estado ofreciendo durante 30 días. Valdría la pena ahora darlo todo por ellos.

Publicanción de la revista. 

Español: Leer aquí

English:Read here

Gilda FLawan

10 comentarios en “Lo que nunca esperábamos vivir. Artículo publicado en la revista «Nerium Nº 3»”

  1. Triste y real relato. esta vivencia dura como las que mas, no nos haran mejor persona, creo que nos lo demuestran mcho a nuestro alrededor.
    Gracias. lo reelere en unos años y llorare con el recuerdo.

    1. Gracias, Martín. Sí, es durísimo todo lo que estamos viviendo con este virus. Hemos perdido a familiares, amigos y ya no será lo mismo, pero tenemos que aprender a vivir con ello. Mucho ánimo y vive cada segundo como si fuera el último. Un beso.

  2. Wow, que relato, me has hecho revivir parte del confinamiento, más bien dicho parte del aislamiento de mi pareja, yo he estado en el otro lado, yo soy la que me acercaba a la puerta para llevar la comida o preguntar cómo estaba, es de las peores cosas que te pueden pasar, estar tan cerca porque en realidad estas a dos metros y a la vez tan lejos, porque no puedes acercarte ni compartir nada. Los mejores recuerdos, cuando por un ratito escuchábamos juntos la sesión de música de un colega de Bélgica, único momento que cada uno des de un extremo de la habitación compartíamos actividad.
    Es duro, muy duro pero fueron dos semanas ya pasadas y siempre pensando en la gente que ha estado y está en peores situaciones o que no ha salido, entonces piensas y dices, no fue nada…
    También me he sentido parte de esos mensajes que recibías, a veces pensando, ya estará despierta? Habrá podido descansar hoy? Y cuando llegaba tu respuesta pues ilusión de saber de ti. Alegría cuando te vimos en el aperitivo.
    Y en casa, a parte de los aplausos a las 20h, sabía que Gabi estaba aparcando cuando oía los aplausos de los vecinos, fuera la hora que fuera, él bajaba del coche y lo aplaudían, yo si estaba en la terraza, apartaba la cara del vecindario para que no vieran mis ojos húmedos y la piel de gallina… Me has hecho recordar todo esto… No has estado sola, ni con tu soledad, éramos unos cuantos que des de lejos estábamos muy cerca.

    1. Paqui, me ha emocionado muchísimo leer tu contestación. Tengo que decir que, ya estábamos unidas, pero ahora te quiero. Sí, así es. No hubo ni una sola mañana que recibiera un » buenos días Doña, ¿cómo estás hoy?» Y sí, eso hacía que empezara la mañana con una sonrisa.

      Luego te tocó estar en la parte de Emilio y vivirlo de otra manera. La manera de «la impotencia» pero estabas ahí.

      Gracias y mil gracias por tu generosidad y por ser tan buena persona… bueno, ya está que luego te lo crees. Un besazo.

  3. Un relato muy certero , todos tenemos mucho que contar de un confinamiento y quién nos lo iba a decir, verdad ? Yo perdí una pareja y descubrí el arte del dibujo.
    Ha sido una lección de humildad para la humanidad
    Me ha gustado tu reflexión ♥️

    1. Nieves, dibujas de lujo y me encanta ver como vas creciendo en ello. Lo que se ha perdido como es tú caso, te ha llevado a tener tu propia tranquilidad y poder realizar tu nueva aventura. Ahora estás de lujo y tu felicidad es lo primero. Un besazo.

  4. Una realidad tan triste y bien descrita, ni en nuestras peores pesadillas hubieramos pensado que esta situacion pudiera ocurrir.
    Nuestra perdida de habitos y rutinas, el stres social y el miedo a una enfermedad desconocida nos pasara su factura psicologica a todos. Esperemos volver lo antes posible a nuestras vidas con la menor afectacion posible y que contemos todo esto a nuestros nietos como protagonistas de un capitulo en nuestras vidas que esperemos no se repita nunca.

  5. ¡Qué decirte! que estoy llorando… sé que lo pasaste mal junto a Emilio, que fue largo y duro, que vivisteis momentos tristes y, bueno, todas esas sensaciones que has descrito perfectamente. Te mando un abrazo de los calentitos, por haber sido fuerte, y sobre todo, por haberlo hecho bien. Si todo el mundo lo hiciese bien…

    Con esto que has escrito: «los “ángeles» son la única compañía que tienen al dar su última bocanada de aire, sintiendo cómo sus cuerpos dejan de tener vida, así de simple.» No tengo palabras. Recuerdo… y se me rompe el alma. A todos los familiares de las personas que se han ido, se nos han quedado muchas preguntas sin responder: ¿se sintió solo?, ¿sintió miedo?, ¿fue consciente de las palabras que le pedí a la doctora que le transmitiera?, ¿las escuchó?…
    Fue trágico e increíble… aún sigo sin creérmelo. Ya no está, un virus se lo ha llevado, así, sin más, y en soledad…
    ¡Ojalá hubiésemos podido estar prevenidos de lo que se nos venía encima!

    Gracias otra vez Gilda, me ha removido, pero ya soy capaz de recordarle con su sonrisa, y eso me gusta, a pesar de todo.

Responder a Martín Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Únete al boletín

Recibirás un email por semana

Con las cosas de Gilda